miércoles, 10 de septiembre de 2014

Elogio de la equidistancia (VIII). "Del Ebro para arriba, se come de maravilla"; "del Ebro para abajo, al carajo".



Para un aragonés no es fácil entender estas cosas del nacionalismo (de los nacionalismos, quiero decir, el centralista y el independentista). Somos, los aragoneses, muy dados a infravalorar lo nuestro y acoger con exceso de entusiasmo lo ajeno. Solo nos agitamos, aunque poco, cuando pierde el Zaragoza (a lo que ya estamos más que acostumbrados -yo he optado por decir, si sale el tema, que no me gusta el fútbol-) o cuando se habla de la "Corona catalano-aragonesa". En estos casos nos sale una ligera vena aragonesista que nos lleva a recordar el gol de Nayim en la Recopa o la diferencia entre "Reino" (de Aragón) y "condados" (catalanes). Pero pasados esos instantes de leve exaltación regional, nos queda poco ímpetu para reñir. Esto tendrá, supongo, su lado negativo, pero el positivo es que sirve de antídoto contra el ombliguismo y el extremismo patriotero que tan a menudo encuentro en otras comunidades, regiones, países o como quiera que se llamen los distintos territorios que, aún hoy, conviven en España.

Uno, que aspira a la moderación y hace lo posible por aproximarse a ella, intenta comprender todas las posturas porque no parece que haya otra manera de buscar puntos de encuentro que acerquen a las personas en lugar de distanciarlas. Así, trata de entender por qué hay quien se molesta cuando el vecino no siente lo mismo que él, como si los sentimientos no fueran libres, como si debieran ser uniformes, y también por qué hay quien se empeña en anteponer estos sentimientos a la razón, el entendimiento y la tolerancia. Porque, no nos engañemos, los problemas, si no se afrontan, se enquistan. Y siempre hay alguien dispuesto a mantenerlos enquistados para sacar partido. Por otra parte, cuando un número considerable de españoles (no todos, pero sí un buen porcentaje de catalanes; no todos, pero sí un buen porcentaje de vascos; no todos, pero sí un buen porcentaje de navarros -el 67,6% asegura, según el CIS, no sentir "nada especial" ante la bandera española, mientras el 64,7% afirma lo mismo respecto al himno nacional. Este porcentaje aumenta hasta el 76% si se incluye a quienes dicen sentir "muy poca emoción" ante la bandera , el 8,8%, y ante la Marcha Real, un 11,8%-) no se sienten cómodos o identificados con el proyecto común es porque este proyecto común no ha cuajado o porque se ha fallado en la táctica de la persuasión, la única admisible en estos casos. Esto no significa que el proyecto no sirva sino, sencillamente, que debe ser revisado. De lo contrario, lo más probable (y así está ocurriendo) es que este inmovilismo lleve a posiciones cada vez más escoradas, más bunkerizadas, y que las posibilidades de solucionar el problema mengüen a la misma velocidad que los interesados en mantenerlo vivo esconden sus vergüenzas bajo la espesa capa del "conflicto". Porque, ¿alguien duda de que el Gobierno central y el de la Generalitat de Catalunya se necesitan? ¿Alguien piensa que es real la confrontación entre Unión del Pueblo Navarro y BILDU? Yo tengo mis dudas.

Lo que sí tengo claro es que los sentimientos no pueden imponerse. No se puede imponer el amor a una bandera, a un himno, a una tierra, como no se puede imponer (mejor, no se debe) el odio a los mismos ni se puede (debe) adoctrinar porque, si hay una estrategia torpe, esa es la de obligar a alguien a sentirse una cosa o la otra.

Analizando con el mayor desapasionamiento de que soy capaz el día a día de la política navarra, el espéctaculo es desalentador. Navarra, tierra diversa, es casi con total seguridad, una de las comunidades con más opciones de voto: derecha, izquierda, regionalismo, españolismo, independentismo de derechas y de izquierdas...y, aún así, no resulta sencillo encontrar a quién. El sectarismo y la confrontación como argumento están a la orden del día. El nivel del debate es paupérrimo. En realidad, el debate no existe. Las aportaciones de cada uno no son sino la contraposición a lo que el otro ha dicho o a lo que se prevé que dirá.

Hoy mismo ha tenido lugar en el Parlamento de Navarra un pleno sobre el "autogobierno", que es uno de esos conceptos que mudan de significado según quién los utiliza (como el "sentido común"; desde que lo empezó a emplear Rajoy, dejé de usarlo yo porque no creo que nos refiramos a lo mismo). Pues bien, en el Pleno todos han defendido esto del autogobierno (si alguno no lo hiciera, aqui, en Navarra, tendría las horas contadas), pero cada uno lo ha hecho, como era de esperar, según sus intereses. Centrándonos en los dos partidos más antagónicos del arco parlamentario, UPN y BILDU, constatamos enseguida la nula tendencia al raciocinio de ambos, que no es mayor en el resto de los grupos políticos. Bakartxo Ruiz, en representación del partido de "la izquierda abertzale", anima a "construir juntos el futuro de la nueva Navarra, basado en el derecho a decidir y en la defensa de los derechos históricos". ¿Qué "nueva Navarra"? ¿La Navarra intergrada en Euskalherria? ¿Y qué le pasa a esta Navarra? ¿Por qué "su" Navarra es nueva y la de "los otros" vieja? ¿Son más históricos los derechos de quienes desean la integración o los de quienes no le encuentran una base real sino mítica? Barcina, por su parte, tiene claro que hay que derogar la transitoria cuarta de la Constitución (la que permitiría la integración de Navarra en Euskadi) pero también que la Constitución, la "Sagrada Constitución", es la que ampara el convenio económico (específico de esta comunidad). O sea, que la Constitución hay que acatarla para unas cosas y retocarla cuando conviene. "La personalidad de nuestra tierra", dice Yolanda, "no pasa por el recurso permanente a la generación de conflictos con el resto de España" pero, parece, sí puede haberlos con el resto de Navarra porque es legítimo querer una Navarra foral y española pero no querer una Navarra integrada en el País Vasco, ya que "pactar con el Estado forma parte de nuestro ADN". Si eso de pactar, no generar conflictos y acatar la Constitución está muy bien, pero si se lleva a la práctica en todo momento y no solo cuando conviene.

Termino: ¿No sería más sensato admitir que no todos sentimos lo mismo y que ni siquiera es necesario que sea así, que para convivir basta querer hacerlo, que solo razonando la conveniencia o inconveniencia de cualquier situación, así como las consecuencias de su modificación, se pueden extraer conclusiones y convencer, que basar la actividad política en el enfrentamiento solo consigue hartar al ciudadano templado, aquel que no se deja llevar por los tópicos y rechaza el fanatismo? Creo sinceramente que podría hallarse la fórmula adecuada. Pero mucho me temo que este es un debate que interesa siempre que su resolución quede lejos porque entretiene, distrae y oculta otros debates. Sin embargo, no deja de ser un asunto pendiente que solo con ambición, honestidad y altura de miras podría llegar a resolverse. Como no parece que la clase política esté dispuesta, quizás debiera ser la propia sociedad la que lo intentara. Ojalá fuera posible.

3 comentarios:

  1. Mis más sinceras enhorabuenas por esta entrega, Alberto. Si permitimos que los que viven de apacentar el enfrentamiento para mantener sus conveniencias a buen recaudo, sean quienes deciden cómo hemos de actuar -no me atrevo decir "pensar"-, entonces seguro que sí que estaríamos definitivamente derrotados. Pero hoy todavía no es ese día. Un saludo desde Cataluña.

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    1. Pues muchas gracias, Xavier. Un abrazo.

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    2. Por cierto, hoy, Oroz resume muy bien la situación navarra: http://www.latiradeoroz.es/assets/images/Tiras/20140911.jpg

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